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jueves, 27 de agosto de 2009

Las patatas de Bamiyán

Ramón Lobo, enviado de “El País” en Afganistán, en la edición digital del día 27 de agosto, nos cuenta como en el pueblo de Bamiyán hay un mercadillo donde los campesinos venden sus productos. Entre ello, Nasir ofrece a los clientes unas patatas enormes, y Lobo comenta: “Con productos como los de Nasir, Marisol, la cocinera española que regenta en Kabul junto a su marido César el restaurante Los amigos, fabrica unas tortillas de patata que saben a paraíso terrenal.
Ahmed vende unos tomates que huelen a tomate un par de puestos antes. Haría una fortuna si pudiera venderlos en una ciudad como Madrid, donde ya no se encuentran. Dice que son de Logar, a una hora en coche al sur de Kabul.”
La reflexión que hace Ramón Lobo, me parece muy interesante:
“Deben ser la pólvora, el uranio empobrecido o lo que diablos echen las guerras sobre los campos de labranza lo que mantiene vivos unos productos que nosotros, los del primer mundo, hace tiempo que matamos de sabor y vaciamos de nutrientes con tanta química protectora que solo sirve para multiplicar la ganancia y dividir la calidad.”

Si, como remarca Lobo, se ha perdido la frescura y el sabor de los frutos de la tierra, quizás sea debido a la necesidad de trasportes por grandes distancias, del lugar de producción a los mercados, las permanencias en cámaras frigoríficas, la masificación debida a la demanda…Pero ¿lo que permite a los campesinos afganos mantener esta calidad no será, por casualidad, el amor a la tierra, que en nuestro mundo tan materialista, se ha perdido?


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